Durante cinco horas,
una cronista y un fotógrafo de Viva presenciaron de principio a fin una cirugía
en la que una máquina hace cortes y extracciones. Precisión sobrehumana. ¿Y la
cabeza dónde está? El cuerpo casi no es cuerpo. De entre los brazos robóticos
enfundados en guantes, cables, luces, monitores y capas de telas celeste
esterelizante, asoma una media pelota color piel pintada de yodo. En el
quirófano suena una música romántica algo melosa. Hace un frío de tiritar.
Todos vestimos unas batas del mismo celeste que las cofias, los barbijos y las
fundas que cubren nuestras cabezas, narices, bocas y pies.
La voz amplificada del cirujano Wenceslao Villamil
indica movimientos que el médico asistente, José Ignacio Nolazco, se apura a
llevar a cabo. Es el único que se relaciona
con la media pelota. Un poco más atrás, el anestesista Juan Bianco vigila sus
monitores. Algo hacia la izquierda está ubicada Leticia Cerra, la instrumentista
interior. En un ángulo derecho del cuadro, alejada pero atenta, aparece Silvina
Sosa, la instrumentista exterior. Una trabaja dentro del círculo esterilizado
con el que se protege al cuerpo del paciente. La otra se encarga de la
periferia.
Mucho más allá, metido en una consola, el cirujano
Villamil. El no mira la escena real. Su
atención está fija en la representación de la pantalla. Porque aquí, en este
quirófano inteligente, el más inteligente del hospital y alrededores, uno de
los tres en todo el país en el que se realizan cirugías robóticas, lo que de
veras importa es lo que la cámara muestra. Es por eso que nadie mira a la media
pelota sino a las pantallas HD que inundan el lugar. Como si la acción de veras
sucediera allí y no dentro de la panza inflada y rasurada de un señor de 56
años, que viajó desde Uruguay para que le extrajeran su próstata, totalmente
tomada por un tumor cancerígeno. Un señor que el día anterior ha rogado al
doctor Antonio Wenceslao Villamil, jefe de la sección Urología de la Unidad de
Cirugía Robótica del Hospital Italiano, que se tome todo el tiempo del mundo
para extraer su próstata, que le cuide los nervios.
El trabajo del cirujano
consiste en separar el órgano sin dañar los nervios que lo rodean, que son
justamente los que le permitirán a este hombre –el de la panza como una media
pelota– controlar sus esfínteres y conservar indemne su capacidad eréctil.
Por eso vamos despacio, muy despacio. La cirugía comenzó a las ocho y terminará pasado el medio
día. Cada incisión puede ser fatal. En el post operatorio, el señor tomará una
medicación para favorecer la erección, pero es probable que deban pasar unos
dos años hasta que la recuperación sea completa. “Siempre y cuando se hayan
conservado los filetes nerviosos”, me aclara Villamil.
En la panza hay cuatro agujeros por los que entran
las cámaras que muestran el interior (o sea, la zona a intervenir) y el
instrumental robótico que opera el doc desde la consola. Las manos de Villamil sostienen una especie de joy
stick, como los controles de un video juego. Sus ojos están hundidos en la
pantalla que le permite ver la zona de intervención en 3D. Realidad virtual.
Parece como si estuviera jugando a operar, pero es de verdad. Calcula haber
intervenido quirúrgicamente a través de ese robot a unos 600 pacientes. El 90 por ciento
de las veces para extracción de tumores de próstata.
El Robot Da Vinci llegó al Hospital Italiano en el
año 2008. Desde esa época hasta hoy, en
el que el señor uruguayo está siendo operado, ha realizado 1.155 cirugías. La
gran mayoría de próstata, pero también hubo intervenciones de riñón, de vejiga
y ginecológicas. Del total, sólo dos han sido pediátricas. Mito a desterrar.
Anotá. El robot no opera solo. “En casa, cuando les hablo del robot, piensan
que cumple mi función, que nosotros no hacemos nada. Que nos va a dejar sin
trabajo”, se ríe Leticia Cerra, la instrumentista, mientras prepara en su mesa,
apretada entre dos de los cuatro brazos del robot, las pinzas de distintos
tamaños, tijeras, clips y demás objetos.
El robot es una herramienta que controla el
cirujano. Grande, inteligente,
multifacética, egocéntrica, pero herramienta al fin. O conjunto de... Porque la
verdad es que, desde la consola, el doctor controla, con las dos manos y los
dos pies, brazos robóticos con tijeras, pinzas, suturadores y cámaras. Requiere
de gran coordinación y, por lo tanto, de gran entrenamiento. Desde afuera se ve
como si las manos del doctor repitieran en el aire lo que harían en el cuerpo.
Cirugía a control remoto. Este nombre quizá sea el más apropiado.
Para realizar operaciones robóticas no alcanza con
ser cirujano. Ni siquiera con haber aprobado
el curso ad hoc. Hay que entrenar en forma diaria. Semejante
precisión no se alcanza fácilmente. Después del curso inicial de aprendizaje,
el médico debe operar en animales. Una vez superada esta instancia, entonces sí
podrá hacerlo en personas. Y, sin embargo, igual requiere de un mantenimiento
de la habilidad. Un profesional que no opere a diario deberá entrenarse para no
perder plasticidad. La diferencia, dice Villamil, entre operar a través de un
robot y hacerlo en forma convencional a cielo abierto o con cirugía de tipo
laparoscópica –cuando se usa una cámara dentro del cuerpo para no abrir, pero
es el mismo cirujano el que opera el instrumental–, es la versatilidad de los
ángulos que permite la máquina.
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