domingo, 16 de julio de 2017

El Robot Da Vinci en acción Crónica íntima de una cirugía hecha por un robot

Durante cinco horas, una cronista y un fotógrafo de Viva presenciaron de principio a fin una cirugía en la que una máquina hace cortes y extracciones. Precisión sobrehumana. ¿Y la cabeza dónde está? El cuerpo casi no es cuerpo. De entre los brazos robóticos enfundados en guantes, cables, luces, monitores y capas de telas celeste esterelizante, asoma una media pelota color piel pintada de yodo. En el quirófano suena una música romántica algo melosa. Hace un frío de tiritar. Todos vestimos unas batas del mismo celeste que las cofias, los barbijos y las fundas que cubren nuestras cabezas, narices, bocas y pies.

La voz amplificada del cirujano Wenceslao Villamil indica movimientos que el médico asistente, José Ignacio Nolazco, se apura a llevar a cabo. Es el único que se relaciona con la media pelota. Un poco más atrás, el anestesista Juan Bianco vigila sus monitores. Algo hacia la izquierda está ubicada Leticia Cerra, la instrumentista interior. En un ángulo derecho del cuadro, alejada pero atenta, aparece Silvina Sosa, la instrumentista exterior. Una trabaja dentro del círculo esterilizado con el que se protege al cuerpo del paciente. La otra se encarga de la periferia.

Mucho más allá, metido en una consola, el cirujano Villamil. El no mira la escena real. Su atención está fija en la representación de la pantalla. Porque aquí, en este quirófano inteligente, el más inteligente del hospital y alrededores, uno de los tres en todo el país en el que se realizan cirugías robóticas, lo que de veras importa es lo que la cámara muestra. Es por eso que nadie mira a la media pelota sino a las pantallas HD que inundan el lugar. Como si la acción de veras sucediera allí y no dentro de la panza inflada y rasurada de un señor de 56 años, que viajó desde Uruguay para que le extrajeran su próstata, totalmente tomada por un tumor cancerígeno. Un señor que el día anterior ha rogado al doctor Antonio Wenceslao Villamil, jefe de la sección Urología de la Unidad de Cirugía Robótica del Hospital Italiano, que se tome todo el tiempo del mundo para extraer su próstata, que le cuide los nervios.


El trabajo del cirujano consiste en separar el órgano sin dañar los nervios que lo rodean, que son justamente los que le permitirán a este hombre –el de la panza como una media pelota– controlar sus esfínteres y conservar indemne su capacidad eréctil.

Por eso vamos despacio, muy despacio. La cirugía comenzó a las ocho y terminará pasado el medio día. Cada incisión puede ser fatal. En el post operatorio, el señor tomará una medicación para favorecer la erección, pero es probable que deban pasar unos dos años hasta que la recuperación sea completa. “Siempre y cuando se hayan conservado los filetes nerviosos”, me aclara Villamil.

En la panza hay cuatro agujeros por los que entran las cámaras que muestran el interior (o sea, la zona a intervenir) y el instrumental robótico que opera el doc desde la consola. Las manos de Villamil sostienen una especie de joy stick, como los controles de un video juego. Sus ojos están hundidos en la pantalla que le permite ver la zona de intervención en 3D. Realidad virtual. Parece como si estuviera jugando a operar, pero es de verdad. Calcula haber intervenido quirúrgicamente a través de ese robot a unos 600 pacientes. El 90 por ciento de las veces para extracción de tumores de próstata.

El Robot Da Vinci llegó al Hospital Italiano en el año 2008. Desde esa época hasta hoy, en el que el señor uruguayo está siendo operado, ha realizado 1.155 cirugías. La gran mayoría de próstata, pero también hubo intervenciones de riñón, de vejiga y ginecológicas. Del total, sólo dos han sido pediátricas. Mito a desterrar. Anotá. El robot no opera solo. “En casa, cuando les hablo del robot, piensan que cumple mi función, que nosotros no hacemos nada. Que nos va a dejar sin trabajo”, se ríe Leticia Cerra, la instrumentista, mientras prepara en su mesa, apretada entre dos de los cuatro brazos del robot, las pinzas de distintos tamaños, tijeras, clips y demás objetos.

El robot es una herramienta que controla el cirujano. Grande, inteligente, multifacética, egocéntrica, pero herramienta al fin. O conjunto de... Porque la verdad es que, desde la consola, el doctor controla, con las dos manos y los dos pies, brazos robóticos con tijeras, pinzas, suturadores y cámaras. Requiere de gran coordinación y, por lo tanto, de gran entrenamiento. Desde afuera se ve como si las manos del doctor repitieran en el aire lo que harían en el cuerpo. Cirugía a control remoto. Este nombre quizá sea el más apropiado.


Para realizar operaciones robóticas no alcanza con ser cirujano. Ni siquiera con haber aprobado el curso ad hoc. Hay que entrenar en forma diaria. Semejante precisión no se alcanza fácilmente. Después del curso inicial de aprendizaje, el médico debe operar en animales. Una vez superada esta instancia, entonces sí podrá hacerlo en personas. Y, sin embargo, igual requiere de un mantenimiento de la habilidad. Un profesional que no opere a diario deberá entrenarse para no perder plasticidad. La diferencia, dice Villamil, entre operar a través de un robot y hacerlo en forma convencional a cielo abierto o con cirugía de tipo laparoscópica –cuando se usa una cámara dentro del cuerpo para no abrir, pero es el mismo cirujano el que opera el instrumental–, es la versatilidad de los ángulos que permite la máquina.

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